MI trabajo no pretendía ser académico sino, humildemente poético y tal vez, polémico. Se vinculaba más con cierto fervor juvenil que, con la fe o el rigor científico. Sin embargo, casi de un modo casual, estaba planteada una cuestión que, más tarde, comprobaría como cierta. Allí exponía a grandes rasgos mi punto de vista sobre la fe. Decía que, cuando es desmedida o infundada, suele parecerse a la ceguera y entregar a los hombres al fanatismo. Es entonces cuando, sin posibilidad alguna de análisis crítico, los hombres se venden al mejor postor.
También profundizaba acerca de las razones que los llevan a vender sus almas, análisis con el que, al releerlo, concuerdo aún hoy, es más, esas razones parecen reforzarse al observar lo que sucede actualmente con la humanidad.
El hombre, en lo más profundo de su ser, siempre anheló ser feliz, el problema es que, a lo largo de la historia, fue variando el paradigma de la felicidad, a tal punto que hoy en día sólo actúa movido por una fe ciega de que ser feliz implica alcanzar cierto bienestar ligado a niveles cada vez mayores de confort, de seguridad y de riqueza material. Sin embargo, paradójicamente, en lugar de alcanzar la felicidad, el hombre termina sumido en una suerte de angustia, de sufrimiento, ya que, en el mejor de los casos, esto le exige cada vez más compromisos, más trabajo, más stress; y en el peor, lo lleva incluso a delinquir. En todos los casos, el hombre cae en desequilibrios que hacen que exista la extrema pobreza, las enfermedades higiénicas o alimenticias, y, por el otro lado, ¡vaya paradoja!, la aparición de desórdenes alimentarios de orden psicológico, las enfermedades higiénicas producto de la promiscuidad o el consumo de drogas duras y, por sobre todas ellas, una enorme pobreza espiritual al comprobar que, por más sacrificios de toda índole que haga para cumplir con las metas que se va imponiendo, más queda hundido en la incertidumbre, o quizá en la certeza de que, en definitiva, sólo obtuvo esto, aquello, cosas que no le van a dar lo que en verdad necesita, amar. Es más, justamente, el hombre se somete a este tipo de carreras contra el tiempo porque, en realidad, vive embargado en un vacío existencial cada vez más enraizado, ante la pérdida de credibilidad en otros valores de índole espiritual. Así aparece la insatisfacción que la gente elige volcar, o a las metas simplistas que prometen el paraíso y envuelven a los hombres en un halo de irrealidad que los vuelve indiferentes a los problemas cotidianos, o decide encaminar a las promesas acaso más concretas pero no menos mentirosas de los políticos de turno que, mientras realizan proselitismo, ejercen muy bien el arte de la retórica pero, una vez en el poder, ya sea, presionados por intereses de su entorno o por los propios, el caso es que sólo terminan abultando su patrimonio, a costa de más desequilibrios, de más inequidad en el reparto de bienes, de más pobreza, de más inseguridad y delincuencia de toda índole.
Claro que a todo esto, más que recordarlo de mi publicación, lo estoy elucubrando en un momento en el que me encuentro, ciertamente, deprimido. Mi mujer, hace tiempo que me dejó y, a raíz de eso, hoy estoy lidiando con un juicio de divorcio ciertamente traumático, ya que está en juego la tenencia de mis hijos. Sin embargo, ésta no es la única razón por la que estoy tan angustiado, enojado, diría con más acierto.
Hace pocos días, me enteré de la noticia de la joven discapacitada que quedó embarazada debido a una violación, y de la implacable posición, tanto de la iglesia, de la justicia, en una primera instancia, como de una gran parte de la sociedad, de denegar el pedido de que se le practique un aborto.
Todo esto me ha provocado una indignación tan insólita que anduve cavilando unos días, hasta que me topé de casualidad – aunque quizá no existan las casualidades, por lo menos, en estos casos – con este cuasi ensayo de facultad.
Al releerlo, primero me embargó cierta nostalgia un tanto infantil. Pensé en lo inocente que eran nuestras convicciones, al creer que escribir sobre ideas, en cierto modo, trasgresoras, implicaría un compromiso asumido para con la humanidad, o una revolución ... En realidad – eso lo descubrí mucho después – uno, con estas cosas, apenas logra calmar en algo su propia ansiedad y endulzar su ego. Sin embargo, me siguen convenciendo las ideas acerca de la iglesia como sistema de poder ciertamente represor – no es casual que haya estado tan “pegada” al Proceso Militar – a la que no le conviene que se devele, en lo más mínimo, el carácter probablemente revolucionario de las enseñanzas de Jesús, (menos, su posible vinculación con los esenios ), en cuanto a que la felicidad, el “paraíso” es aquí, está en el hombre mismo, y no, en un más allá.
También, por esos días, tuve ocasión de escuchar un CD de mi hijo con una canción de un músico de quién, lo poco que escuché me gustó. En uno de sus fragmentos dice : “ fe que se despreocupa de la vida y asciende con su autoelevador, hasta que nadie consigue ya encontrarse”. Esta frase logró resumir en muy pocas palabras todo lo que yo estaba pensando y no lograba dilucidar, a raíz de dos hechos sin vinculación aparente, pero que, en mí, se conectaron de inmediato : uno de ellos, el asunto de el aborto no autorizado y la indignación que en mí, esto despertó; el otro, el hallazgo de esos apuntes de facultad con los que creí que, alguna vez, me haría famoso y que hoy sólo logran despertar en mí, ternura y algo de compasión, pero sigo sintiéndolos tan auténticos como entonces ...
Olga Severgnini - San Lorenzo, 01/09/06
(Inspirado en un fragmento de “El evangelio según Van Hutten” de Abelardo Castillo, y en la canción “Bolsodios” de Luis Alberto Spinetta)
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